Querétaro es un ejemplo excepcional de una ciudad colonial diseñada para una población multiétnica. Otomíes, tarascos, chichimecas y españoles convivían pacíficamente en esta ciudad. Su geografía aún conserva el plano geométrico de las calles de los conquistadores españoles junto a las retorcidas callejuelas de los barrios indígenas.

Por su ubicación, la ciudad asumió un papel fundamental, ya que tenía que cruzarse para llegar a la capital de la Nueva España. Al mismo tiempo, era el límite entre las tierras del sur, en donde se fueron estableciendo gradualmente los españoles; y la región norte, que estaba bajo el control de pueblos nómadas hostiles como los chichimecas.
La zona de monumentos históricos comprende 4 kilómetros cuadrados, con 203 bloques. Ahí se encuentran 1400 monumentos, de los cuales, veinte son religiosos y quince se utilizan para servicios públicos.
Su arquitectura destaca por numerosos monumentos civiles y religiosos del barroco, su época dorada, situada entre los siglos XVII y XVIII. El resto de edificios se distingue por los arcos de sus casas y patios, que dan a su diseño un carácter excepcional y original. Destaca también el uso de la piedra rosa, que es común también en otras partes de esta región.
El de Querétaro sigue siendo, hasta nuestros días, uno de los centro urbanos con mayor historia, pero a la vez llenos de vida, en México.
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